La Madre Migrante


¿Quién es esta mujer? 

Mi amigo Luis Rivera, algo más que un fotógrafo, me propuso escribir un artículo sobre esta fotografía, aportando dos visiones diferentes en torno a un mismo icono. Esta es mi mitad, tan pronto acabe la suya la publicaré  aquí mismo. Os recomiendo una visita a su blog: "La Permanencia Oscura" 

Hablar de esta fotografía es todo un riesgo. Consciente de la trascendencia de la imagen y de lo mucho que se ha hablado de ella es difícil no caer en los tópicos. Me propongo,  por tanto, huir de hacer una simple revisión de  la anécdota y la biografía de su autora, la red está llena de ellas. Las respuestas que me interesan sobre esta fotografía se circunscriben a las razones por las cuales ha logrado cautivar a público y crítica por igual. Aquellas por las que me cautiva a mí. Trataré de evadirme de cualquier influencia de escritos, artículos, ensayos y fuentes bibliográficas. También rehuso análisis más o menos rigurosos o formales. Basten de otro lado tan solo unos brevísimos apuntes sobre la autora.



La fotografía original se puede descargar gratuitamente de la Farm Security Administration Office of War de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Dorothea Lange nació el 25 de mayo de 1895 nace en Hoboken, New Jersey en la segunda generación de una familia de inmigrantes alemanes, creciendo en un entorno familiar marcado por el abandono de su padre en 1907 y el sufrimiento ocasionado por la polio que la dejó con graves secuelas en los pies y una permanente cojera.


En 1936 Lange realizaría una serie de fotografías sobre una familia asentada en un campo de recolectores de guisantes en Nipomo, California. Según contaría la propia Dorothea en 1960, cuando se encontraba conduciendo su coche, rebasó el campamento de recolectores y 30 kilómetros después decidió dar la vuelta, tras haber vivido una larga jornada fotográfica. Sin embargo, revelaciones posteriores parecen desmentir la versión ofrecida por Dorothea. Así, según relata en un ensayo el escritor Geoffrey Dump, Florence se encontraba esperando en la carretera el regreso de su marido y sus hijos que habían partido para conseguir reparar el radiador del coche averiado, lo que desmentiría la versión dada por la propia Lange.

Marginada la anécdota, al decidir escribir sobre ella inmediatamente me di cuenta del por qué me gusta tanto esta fotografía: me resulta familiar. La madre migrante no es mi madre y, sin embargo, al tiempo es la madre de todos. Sus ojos reflejan esa mirada maternal llena de incógnitas, sentimientos y preocupaciones que toda madre alumbra en algún momento de su vida, especialmente cuando más vulnerables son sus hijos y más cuidados necesitan. Sus ropas harapientas, las arrugas de su rostro, el pelo desaliñado, sin alhajas, collares, pendientes, maquillaje u otros adornos superfluos e innecesarios. No lleva tan siquiera anillo de casada. Sabemos que lo estaba, pero el espectador que desconozca su historia puede aventurarse a imaginar o especular incluso con su viudedad. Una madre que vende o empeña todo aquello que no necesita, que oculta el  llanto tras  su rostro absorto, pensativo y la desesperante encrucijada en la que pudiera hallarse. Casi se diría que en trance o en estado de schock. Preguntándose por el futuro más inmediato, un futuro no más allá del día al que se enfrenta, no más lejos de un plato de comida para sus hijos y tal vez algo de fruta, en el mejor de los casos.


Un detalle que puede pasar desapercibido es la presencia de un pulgar que se aferra a una rama o un troco en la esquina inferior derecha de la imagen. El tronco  sustenta una tienda, un chamizo destartalado, un refugio modesto e improvisado para la protección frente al frio y la intemperie, pero también un paraguas bajo el que se cobija y abriga a su prole. 

Un hogar transitorio, circunstancial. Un hogar en el que recibe paciente la llegada de la fotógrafa  y donde, casi sin inmutarse, despreocupada, cansada y meditabunda tolera el acto fotográfico. Un acto ciertamente que le puede ser novedoso, desconocido y sobre el que jamás pudo haber imaginado su repercusión, su dimensión global, su futura conversión en icono universal, en la recreación inmortal excelsa y sublime de la piedad que tallará magistralmente Miguel Angel. 

Los niños completan el cuadro. Recostados sobre su madre nos ocultan sus rostros. El más pequeño, apenas un recién nacido, duerme en el regazo de su madre ajeno a la incertidumbre. Sus redondas mejillas parecen un signo de salud, vitalidad y buen alimento. La suciedad que enturbia su boca y rostro sugieren lo contrario. Protegido por su madre representa el futuro, la esperanza de un porvenir mejor, la luz que alumbrará el camino hacia el progreso y la construcción de la nueva América.

La fotografía no es siempre un espejo de la realidad. Ante imágenes semejantes, bien podríamos estar confundidos y, a pesar de los signos que creemos leer en la foto, podríamos hacer  otra lectura, una distinta a la inicialmente imaginada,  incluso conjeturar sobre una pose, una foto construida. No es mi caso, la madre me llega, me conmueve, me emociona, me transmite sentimientos profundos de empatía y solidaridad.  En este caso mi foto, la mía como espectador, se carga de una afectividad  que reside en esos ojos profundos: el espejo del alma de Florence Thompson. Una madre fuerte, valiente, infatigable, decidida, resistente, esforzada, resuelta y admirable. La MADRE MIGRANTE.


Para acabar , sin otra pretensión  que disfrutar de la obra del genial de Rafael, me permito insertar una imagen de una de sus grandes obras.


La Virgen con el niño, San Juanito y un Santo niño. 1504-1505. Tabla. 86 cm diametro. 

Gemäldegalerie. Berlín. Alemania 

Para más información sugiero la lectura del artículo de Mario Dabán publicado en Blog de Toies, donde además de obtener una rigurosa y contrastada información sobre la autora y su obra se puede consultar una valiosa lista de enlaces recomendados.


Este es mi retrato preferido de Dorothea Lange obtenido por su biógrafa Shirley Burden en 1965. En los últimos años de su vida. Imagen intensa, dramática, de mujer comprometida, valiente, de fotógrafa con alma, al menos así me lo parece. Dorothea es una mujer a la que no conozco y que también me resulta ya familiar, cercana. Una mujer cuyo sufrimiento me conmueve al observar como oculta su rostro tras la mano apoyada en la frente y en la que oculta su mirada. Trascendiendo la fría pantalla del ordenador, se diría que la atraviesa y  aviva en mí profundos sentimientos de tristeza, pero también de esperanza y solidaridad. Desde siempre ambas permanecerán unidas para mí, me serán más que conocidas.  Florence Thomoson y Dorothea Lange sin serlo, son ya parte de mi familia.



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